La crónica de mi muerte anunciada fue motivo más que suficiente para que se diera cuenta de la importancia que tenía en mi vida. Los inviernos cada vez eran más fríos en su ausencia y yo me iba congelando con cada paso que daba él en dirección contraria a mi. Y como si fuese de piedra observaba como el agua que nacía de las nubes descencía arrastrándose por mis mejillas muertas, que ya jamás se volverían a sonrojar al pronunciar su nombre.
Y yo, observaba como se marchaba con expresión indiferente, lento, muy lento, como recordándome que por muy rápido que corriese detrás suya, por mucho que alargase el brazo para agarrarle, realmente estaría a 10000 km de su piel. Y no, no podría alcanzarlo jamás.