sábado, 17 de noviembre de 2012

A 10000 km de tu piel.

La crónica de mi muerte anunciada fue motivo más que suficiente para que se diera cuenta de la importancia que tenía en mi vida. Los inviernos cada vez eran más fríos en su ausencia y yo me iba congelando con cada paso que daba él en dirección contraria a mi. Y como si fuese de piedra observaba como el agua que nacía de las nubes descencía arrastrándose por mis mejillas muertas, que ya jamás se volverían a sonrojar al pronunciar su nombre. 
Y yo, observaba como se marchaba con expresión indiferente, lento, muy lento, como recordándome que por muy rápido que corriese detrás suya, por mucho que alargase el brazo para agarrarle, realmente estaría a 10000 km de su piel. Y no, no podría alcanzarlo jamás. 

Intenté dar pasos de astronauta para aterrizar en tu sonrisa y conseguí alejarme, una vez más, de su complicado mundo al que yo nunca pertenecí. 


Casi no había empezado a avanzar cuando notaba ya que mis piernas se quebraban, el alma de una persona con aspecto moribundo se fundía en un cuerpo casi muerto. Medio muerto. Muerto entero. 
¿Pensaba acaso que flotaría eternamente?
Nunca puedes asegurar que tu vida no es un espejismo, creería pues que el amor hacia todas las cosas no era más que un mero sentimiento. La necesidad de pertenecer a un hogar. El hogar de quienes
te aman.
Y como cuando vas corriendo y resbalas, caes al suelo encharcado por unas lágrimas secas que se fusionan contigo creyendo que así, podrían vivir en paz. El dolor sigue siendo tangible, por mucho que corra o nade, por mucho que les ame seguiré muriendo, ¿se acabará el sentimiento? Moriremos en el intento de ganar una guerra fría contra el odio, contra los monstruos y otras criaturas oscuras.

Dulce locura.

Dulce locura.