martes, 4 de octubre de 2011

¡R.C.I!

Lo más duro de todo fue el adiós, más que nada porque no hubo ningún adiós.
Con ese cambio de sentimientos que le caracteriza, una mañana me llamó. Lloraba y no sabía por qué.
Lo único que pudo decir fue un "lo siento" casi imperceptible.
Sentía que lo estaba perdiendo y no podía hacer nada para remediarlo.
Busqué en cada rincón de la ciudad pero no encontré más que desesperación.
Le llamaba y no cogía el teléfono. Realmente, yo ya sabía qué le pasaba. Tenía miedo. Miedo de no ser aceptado. Y ese miedo le separaba de mi. No podía permitirlo. Después de estar buscando durante tres horas por toda la ciudad y movilizar a todo el mundo, salí corriendo sin dirección alguna, y allí sentado debajo del puente, escondido, vi a aquel chico, que un día quise como un hermano y que ahora a mis ojos era un extraño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dulce locura.

Dulce locura.