martes, 10 de octubre de 2017

Y yo ahora, ¿qué hago?

Antes de convertirte en piedra, solías mirarme, como uno mira una puesta de sol después de una noche de insomnio.

Solías acariciar cada parte de mi cuerpo y tocarme el alma con la yema de tus dedos.

Antes de esto, observabas mis movimientos, intentando averiguar qué había en mi interior. Porque solo tú podías conocerlo.

Antes de perdernos, nos encontramos. Y lo hicimos juntos. Caminábamos en la misma dirección, sentíamos juntos.

Antes de que todo acabara, tú y yo no éramos tú y yo. Porque nunca lo fuimos. Siempre hemos sido nosotros, hasta aquel momento.

Aquel momento en el que te miré y no me vi reflejada en tus ojos, en el que lloré sobre ti y no te deshice el corazón. Cuando te dije que me dolías, pero no respondiste.

Antes de convertirte en piedra, hubieses recorrido el mundo por mí. Y yo lo sé.
 Hubieses reinventado el tiempo, para poder pasar un segundo más conmigo. 

Qué ironía. 
Ahora esos segundos, son los que te sobran.




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Dulce locura.

Dulce locura.