sábado, 19 de mayo de 2012

Cerré los ojos y dejé que me abrumara una oscuridad acompañada del sonido de las agujas de aquel reloj que colgaba del final del pasillo. "Tic,tac,tic,tac...". Escalofriante. Incesable. "Tic,tac,tic,tac...". Intenté concentrarme en mi respiración cuando un pensamiento me vino a la cabeza "No estás solo." Me sentí infinitamente estúpido al pensar así, pero ¿qué tenía 5 años? Había dejado de tenerle miedo al coco y a los monstruos de debajo de la cama hace ya tiempo. De repente, una luz al final del pasillo hizo que abriese los ojos. Fue como un relámpago que cruzó toda la casa recordándome que estaba solo y era igual de indefenso que cualquier niño de ocho años que se refugia debajo de las sábanas con la esperanza de huir de su peor pesadilla. Pero yo ya era lo suficientemente mayor como para plantarle cara a las mías, así que me levanté y caminé muy lentamente hacia el final del pasillo, hasta quedarme enfrente del reloj. "Tic,tac,tic,tac...". Escalofriante. Incesable. "Tic,tac,tic,tac...". Y ese pensamiento volvió erizándome los pelos de la nuca "No estás solo." Una respiración entre cortada en mi nuca afirmaba lo que mi cerebro era incapaz de procesar. "NoestássoloNoestássoloNoestássoloNoestássolo". Tragué saliva y me giré esperando encontrarme una criatura oscura escondida en la más profunda negrura, en el rincón mas recóndito de mi casa para devorarme lentamente...
Nada. 
No había nada.
Oscuridad si acaso y el incansable ruido de mi reloj.
Volví a la cama aún con esa sensación en el cuerpo y volví a cerrar los ojos.
Lo que no me pude imaginar en aquel instante es que es en la oscuridad, donde los ojos no alcanzan a ver nada, donde se esconden los mayores peligros esperando a que cierres los ojos para erizarte, una vez más, los pelos de la nuca. 


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Dulce locura.

Dulce locura.