jueves, 12 de julio de 2012

Frío. Esa fue la primera sensación que sentí después de abrir los ojos. Tristeza. Ese fue el primer sentimiento que sentí una vez me ubiqué. ¿Por qué sentía tristeza? No tenía ni idea. ¿Acaso importaba?
Me levanté y fui caminando despacio hasta el balcón luchando por no dejarme guiar por mi instinto suicida que me empujaba a la locura y a la cordura a la vez, al todo y a la nada, que me empujaba hacia donde él estaba. No recordaba lo ocurrido la anterior noche. Aunque ya lo podía imaginar por las miles de botellas rotas por el suelo de mi habitación, como si fuesen el rastro de una batalla campal ocurrida la noche anterior que me llevaba, sin duda alguna hacia el causante de todo. Hacia el centro del universo. De mi universo. Hacia él.
Y allí estaba sentado él, como de costumbre, fumándose un cigarro al que le daría una única calada y lo tiraría al suelo.
Me acerqué a él esquivando los cristales y observé como seguía mirando hacia ningún lado sin percatarse de mi presencia. Como solía hacer.
-Hoy estás más guapa que de costumbre, y eso ya es un reto. Será que te sienta bien tirarme botellas a la cabeza estando borracha mientras me insultas.
-Será eso. ¿Hace frío en la calle?
-Te quiero.
-Te quiero.
Ahí es cuando lo entendí. Buscaba historias de amor sacadas de cuentos de hadas cuando no me daba cuenta de que la mía, era mucho mejor que cualquier otra. Simplemente porque le incluía a él en ella.

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Dulce locura.

Dulce locura.