lunes, 24 de septiembre de 2012

Una vez más, vuelvo a hacer las cosas sin pensar.

Solía pensar que me quería. Me gustaba esa sensación. Ya sabes, como cuando sientes que perteneces a algún sitio, que no estás completamente sola, que la lluvia nunca más te volverá triste y esa canción ya nunca te hará llorar de nuevo, y entonces sientes que vuelves a nacer, que sus besos borrarán todas las huellas que dejaron antiguos sufrimientos en ti. Y ahí, justo cuando estás en la cresta más alta de la ola, cuando te sientes libre, cuando quieres llorar y reír a la vez mientras pronuncias un infinito "te quiero" que regalas a alguna parte, chillando, como si él lo pudiese sentir desde donde está. Pero sientes un golpe fuerte y caes en picado, ya nada puede parar o amortiguar el golpe, la caída será inminente y volverás, como siempre, ha experimentar ese dolor, ese pinchazo de desilusión tan conocido. Entonces recuerdas, una vez más, eso de:
"¿Amar para qué? ¿Para acabar amargado?"


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Dulce locura.

Dulce locura.