martes, 4 de septiembre de 2012

Y ahora, ¿qué?

Siguió debatiéndose entre quedarse ahí tirado o levantarse. No sabía si seguirla otra vez o dejarla marchar, si pelear o simplemente derrumbarse una vez más, dejando que aquel aplomo que tanto conocía le embargase hasta la última esperanza solitaria, casi perdida por aquella alma apenas existente. Y aquella esperanza rota por un dolor incomprensible que apretaba sin cesar ese corazón duro como la roca le decía entre tímidos susurros que al igual ella le daba otra oportunidad, que le diría una vez más y con esa infinita dulzura y comprensión que la caracterizaba ese "sé que me quieres, sólo que a veces tienes una peculiar forma de demostrarlo" acompañado de esa sonrisa triste que tanto necesitaba. Pero sabía que no era así, que ella se merecía algo mejor, que ella debía estar con un chico que le dijera "buenas noches, princesa" y admirara y se asombrara de todos y cada uno de los gestos que hace mientras duerme, memorizándolos, en lugar de estar entre las piernas de otra, en vez de a su lado. Pero ahora era demasiado tarde. Sí, se quedaría ahí tirado en el suelo, observando como se marchaba lo que más necesitaba. 

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Dulce locura.

Dulce locura.