sábado, 14 de abril de 2012

Rain.

Llovía torrencialmente y notaba como las gotas de lluvia le surcaban la cara y se mezclaban con el sudor y las lágrimas, que creía capaz de contener. A lo lejos veía costosamente como Laila caminaba cada vez más deprisa, con ese cabello suyo empapado en gotas de lluvia y totalmente desordenado, como de costumbre. Corría sin cesar haciendo caso omiso a sus músculos entumecidos y a su ya respiración costosa, sentía que se le escapaba, que no podría alcanzarla jamás y que aquella chica tan fácil de querer se iría con la lluvia, de la misma forma que vino. Repitió chillando cuanto pudo su nombre hasta la saciedad, esperando que de alguna forma, se girase y le viese allí, corriendo detrás suya, demostrándole que era cierto eso de que nada les separaría. Pero, por muy grande que fuera su afán por permanecer junto a ella el resto de su vida y por muy deprisa o muy fuerte que chillara, sabía que no la alcanzaría nunca si el destino no le sonreía un poco. 
Y entonces, pasó. 
El dolor del golpe al caer al suelo no fue comparable con el dolor que sentía por dentro. Ese dolor que es el único capaz de desgarrar a una persona. El dolor del corazón. 
Sintió como el sonido de la caída resonó en todo su cuerpo, haciendo casi imposible que se levantase de aquella arena mojada. Y allí se quedó tirado en el suelo, esperando que sucediese algún milagro.
Y el milagro no sucedió. 
Simplemente, porque no existen los milagros. Existe el amor, que es mucho más fuerte que cualquier fuerza, religión o ideal.
Sintió como el tacto suave y frío de esa piel que se había recorrido tantas veces le levantaba del suelo con mucha delicadeza.
Se quedó fascinado al ver a aquella criatura tan hermosa allí, junto a él, ayudándole a dar cada paso. Aunque ya no era necesario dar más pasos, estaba junto a lo que había estado buscando toda su vida. Estaba junto a ella.

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Dulce locura.

Dulce locura.